Los cristianos deben dominar el pensamiento del mundo.



“El cristiano no puede sentirse satisfecho en tanto que alguna actividad humana se encuentre en oposición al cristianismo o desconectada totalmente del mismo.” Esta frase J. Gresham Machen refleja la visión cristiana con relación a la cultura. Machen se opone a las ideas de que los cristianos deban sumeter su pensamiento a la cultura o que deban destruir la cultura. Al contrario, el cristiano debe consagrar la cultura.
El cristiano debe hacer que el mundo se someta a Dios y para eso él tiene que demostrar que el cristianismo es verdadero y cualquier otra cosmovisión es falsa. El cristiano debe mostrar como el cristianismo puede y debe guiar todo el pensamiento humano.
Les dejo algunos párrafor del ensayo “Cristianismo y Cultura” de J. Gresham Machen para que puedan degustarlo y los invitó a bajar y leer el texto completo desde el link al final del post. Buena lectura!
¿Se encuentran, pues, el cristianismo y la cultura en un conflicto que sólo puede resolverse mediante la destrucción de una u otra de las fuerzas contendientes? Afortunadamente, es posible hallar una tercera solución, a saber: la consagración. En lugar de destruir las artes y las ciencias o de ser indiferentes a las mismas, cultivémoslas con todo el entusiasmo del auténtico humanista, mas al mismo tiempo consagrémoslas al servicio de nuestro Dios. En lugar de sofocar los placeres que ofrece la adquisición del saber o la apreciación de lo bello, aceptemos estos placeres como dones de un Padre celestial. En lugar de eliminar la distinción entre el Reino y el mundo, o por otro lado retirarnos del mundo en una especie de monasticismo intelectual modernizado, avancemos gozosamente, con todo entusiasmo, para someter el mundo de Dios.
Esta solución está conectada con ciertas ventajas obvias. En primer lugar, una ventaja lógica. Él puede creer solamente aquello que tiene por verdadero. Nosotros somos cristianos porque tenemos el cristianismo por verdadero. Pero otros seres humanos tienen el cristianismo por falso. ¿Quién tiene razón? Esta es una cuestión que sólo puede resolverse examinando y comparando las razones aducidas por ambos bandos. Es cierto que una de las bases de nuestra creencia es una experiencia interior que no podemos compartir con nadie – la gran experiencia que empezó por la convicción de pecado y la conversión y que continuó por la comunión con Dios – una experiencia que otras personas no poseen, y en la cual, por consiguiente, no podemos basar directamente un argumento. Mas si nuestra posición es correcta, deberíamos, por lo menos poder demostrar al otro hombre que sus razones pueden no ser concluyentes. Y eso exige el estudio cuidadoso de ambos aspectos de la cuestión. Además el campo de acción del cristianismo es el mundo. El cristiano no puede sentirse satisfecho en tanto que alguna actividad humana se encuentre en oposición al cristianismo o desconectada totalmente del mismo. El cristianismo tiene que saturar, no tan solo todas las naciones, sino también todo el pensamiento humano. El cristianismo, por tanto, no puede sentirse indiferente ante ninguna rama del esfuerzo humano que sea de importancia. Es preciso que sea puesta en contacto, de alguna forma, con el evangelio. Es preciso estudiarla sea para demostrar que es falsa, sea para utilizarla en activar el Reino de Dios. El Reino debe ser promovido, no sólo en ganar a todo hombre para Cristo, sino en ganar al hombre entero. Acostumbremos a alentarnos, en medio del desánimo, pensando en el tiempo en que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es Señor. No es menor la inspiración que contiene el otro aspecto de la misma gran consumación. También vendrá el tiempo en que las dudas hayan desaparecido, en que toda contradicción haya sido eliminada, en que toda ciencia converja en una sola gran convicción, en que todo arte sea dedicado a un solo gran fin, en que todo pensamiento humano esté saturado por la influencia purificadora y ennoblecedora de Jesús, en que todo intento haya sido traído a sujeción, a la obediencia de Cristo.
Si para algunas de nuestras personas prácticas estas ventajas de nuestra solución al problema parecen ventajas intangibles, podemos señalar la ventaja meramente numérica de la actividad intelectual y artística dentro de la Iglesia. Todos estamos de acuerdo en que por lo menos una de las grandes funciones de la Iglesia es la conversión de seres humanos individualmente considerados. El movimiento misionero es el gran movimiento religioso de nuestro tiempo. Ahora bien, es perfectamente cierto que los hombres han de ser llevados a Cristo uno a uno. Pero no obstante, sería un gran error suponer que todos los seres humanos están igualmente bien preparados para recibir el evangelio. Cierto es que lo decisivo es el poder regenerador de Dios. Este poder puede superar toda falta de preparación, y la ausencia del mismo hace que aun la mejor de las preparaciones sea inútil. Mas el hecho es que Dios, por lo general, ejerce dicho poder en conexión con ciertas condiciones previas en la mente humana, y nuestra tarea debe ser crear, dentro de nuestras posibilidades, con la ayuda de Dios, esas condiciones favorables para la recepción del evangelio. Podemos predicar con todo el fervor de un reformador y no obstante lograr tan solo ganar una persona aquí o allí, si permitimos que todo el pensamiento colectivo de una nación o de un mundo sea controlado por ideas que, por la fuerza de la lógica, impiden que el cristianismo sea considerado como algo más que una ilusión inocua.
En tales circunstancias, lo que Dios desea que hagamos es destruir el obstáculo en su propia raíz. Muchos pretenden que los seminarios combatan el error atacándolo en las enseñanzas de sus representantes populares. En lugar de hacerlo, lo que consiguen es confundir a sus estudiantes con buen número de nombres extranjeros desconocidos fuera de las universidades. Esta manera de proceder se basa simplemente en la profunda creencia que tenemos de que las ideas llegan a saturarlo todo. Lo que hoy día es tema de especulación académica, mañana empezará a mover ejércitos y a derribar imperios. En esa segunda etapa, el problema ha llegado demasiado lejos para ser combatido. El tiempo, el momento de detenerlo era cuando era todavía tema de debates apasionados. De modo que, como cristianos, deberíamos tratar de moldear el pensamiento del mundo de manera que la aceptación del evangelio fuese algo más que una cosa lógicamente absurda. Los pensadores se están preguntando por qué los estudiantes de las grandes universidades de la costa este de Estados Unidos ya no se dedican al ministerio ni demuestran interés vital alguno por el cristianismo. Se han sugerido explicaciones totalmente insatisfactorias, tales como el creciente atractivo de otras profesiones – explicación absurda, digámoslo de paso, ya que las demás profesiones están tan abarrotadas, que uno apenas puede ganarse la vida en ellas. La dificultad real estriba en esto: en que el pensamiento de nuestros días, tal como se hace sentir intensamente en las universidades, y de allí, inevitablemente, se extiende a las masas del pueblo, es profundamente opuesto al cristianismo o, lo que es casi igualmente maligno, está completamente desconectado del cristianismo. La Iglesia es incapaz ni de combatir ni de asimilar este pensamiento, sencillamente porque no lo entiende. En tales circunstancias, no hay deber más urgente para los que han recibido la poderosa experiencia de la regeneración, y que por lo tanto, no pasan por alto, como el mundo, toda la serie de hechos vitalmente importantes que la experiencia cristiana abarca – no hay deber más urgente, insisto, que el de dominar el pensamiento del mundo con objeto de convertirlo en un instrumento de la verdad en lugar de un instrumento del error. La Iglesia no tiene derecho alguno a absorberse de tal manera en la ayuda al individuo que olvide al mundo.
Fuente: MACHEN, J. Gresham. Cristianismo y Cultura. Felire (2012) Traducido por Manfred Svensson.

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